viernes, 24 de octubre de 2008

Material De Reflexión Acerca de la Persona de San Pablo.



SEGUNDA carta a los Corintios:
Un llamado a la unidad
y al amor
La Primera Carta a los Corintios, donde el apóstol corregía con autoridad y con firmeza ciertos abusos y contradicciones que se habían presentado en la comunidad no fue del todo bien recibida. De hecho las divisiones e indisciplina en la comunidad habían continuado.
Al final de la Primera Carta a los Corintios, Pablo expresaba su promesa de ir a visitarlos, pero no pudo hacerlo. Eso a la comunidad de los corintios les cayó muy mal.
Por otra parte, a esta situación se le sumó un agravante, que fueron los llamados "predicadores judaizantes" que trataban de destruir la autoridad de Pablo. Ellos llegaron a Corinto, y hablaron en su contra. ¿De dónde venía esta antipatía y odio tan grande hacia el apóstol? Los judíos cristianos, provenientes de Palestina querían imponer la circuncisión y las costumbres rituales y legales judías a los cristianos de origen pagano. Como Pablo no lo hacía, cuestionaban su autoridad de apóstol. Pablo siempre vio claro que éste era el mejor y más sensato proceder pastoral. Pero los judíos cristianos, desde una posición más conservadora, siempre lo habían cuestionado.
En el primer Concilio de la Iglesia celebrado en Jerusalén el año 47 después de Cristo, se habían enfrentado al apóstol sin éxito, puesto que Pablo obtuvo el apoyo de Pedro, y de varios de los apóstoles; incluso Santiago que defendía la posición que ellos habían planteado, había sido condescendiente.
Este grupo aprovechó las divisiones y las peleas de los Corintios para indisponerlos contra el apóstol. Pablo, imposibilitado de ir en persona, manda a un colaborador al que recibieron muy mal, y fue ofendido gravemente, incluso algunos se rebelaron abiertamente contra Pablo.
Pablo envió entonces a Tito, uno de sus más hábiles colaboradores, que al parecer tuvo éxito. Él llevaba una carta del apóstol (que se ha perdido) en la cual Pablo "entre lágrimas" les pidió que respetaran su autoridad. Esta misión fue exitosa (ver 2 Corintios 2,1-12), sin embargo el apóstol, para pacificar los ánimos y defenderse con mayor profundidad y serenidad, y para llamar a los Corintios a la unidad y al amor, escribe esta nueva carta.

La gloria del Ministerio de la Nueva Alianza
Los dos primeros capítulos son una introducción en la cual el apóstol explica con gran humildad por qué no fue a verlos, su desconcierto, la misión de sus colaboradores y termina con una acción de gracias, puesto que al parecer los conflictos, que atormentaban a la comunidad, se habían superado.
Pero Pablo no se engaña, y sabe que esta paz no será duradera si los judaizantes vuelven a sembrar cizaña y división.
Por esta razón en los capítulos 3, 4 y 5 habla de la superioridad de la fe en Cristo y de la Nueva Alianza comparada con la Primera Alianza (de Moisés), a la cual los judaizantes estaban muy apegados. Pablo desea quitarles el complejo de inferioridad a estos nuevos cristianos que pensaban que la fe cristiana se había predicado en forma muy pobre y no parecía ser tan buena doctrina como la de Moisés, que predicaban los judaizantes. Como buen catequista, Pablo usa entonces una imagen que toma del Antiguo Testamento, y habla del velo de Moisés (mencionado en Éxodo cap. 34). Según cuenta el Éxodo, Moisés debía cubrirse el rostro con un velo después de hablar con el Señor, dado que su rostro resplandecía y llenaba de miedo a los israelitas que no soportaban verle a la cara.
Pablo les hace ver a los cristianos de Corinto, que ya no es necesario el velo. Ahora el Señor se ha manifestado y mostrado su gloria en el rostro humano de Jesús, y que es mucho más glorioso el ministerio de la nueva Alianza, que el de la Antigua. Pablo dice que para Israel, fue imposible lograr el perdón de sus pecados y la salvación, dado que no fueron capaces de cumplir por sus solas fuerzas la Ley. En cambio el Ministerio de la Nueva Alianza es pura gracia de Dios, y el Espíritu Santo que hemos recibido de Jesús es capaz de hacernos nuevos, capaces de agradar al Señor.
De esta forma deja sin argumentos a los judaizantes.
Pero Pablo, humildemente, deja muy en claro que es consciente de los pecados e imperfecciones. Su ministerio es pura gracia de Dios, y no lo tiene porque lo merezca. En una hermosa comparación, se compara a sí mismo y a sus colaboradores con la fragilidad de los "vasos de barro" (2Cor 4,1-12).
En el capítulo 5, explica que él y sus colaboradores misioneros no tienen su esperanza puesta en la gloria de este mundo, que no esperan aplausos ni reconocimiento por su labor.
Pablo explica en qué consiste la esperanza de la Resurrección, comparando el cuerpo mortal con una morada transitoria como las tiendas de campaña que él fabricaba, y al cuerpo resucitado destinado a habitar con el Señor con una morada permanente, hecha por el Señor.
En los capítulos 6 y 7, Pablo se reconcilia con la comunidad, reconociendo que su primera carta les puede haber causado tristeza, pero que fue escrita para su bien. También describe las dificultades y las pruebas que ha tenido que atravesar, y reitera la confianza y el amor que tiene por la comunidad de Corinto.
En esta parte Pablo reafirma un concepto novedoso que el cristianismo aporta. El culto a Dios no necesita de Templos de Piedra. Citando al profeta Ezequiel, dice claramente que el Templo de Dios son los mismos cristianos; en efecto es en el corazón de sus fieles en donde el Señor habita, y el culto más importante que se puede tributar a Dios es mantenerse unidos a Él y en comunión unos con otros.

Los cristianos son solidarios
Los capítulos 8 y 9 hablan de la Colecta para los santos de Jerusalén, o sea para la comunidad cristiana que allí residía y que estaba pasando una tremenda crisis económica. Ésta es la comunidad madre, que le ha aportado la fe a los cristianos, y desde dónde partieron los primeros misioneros.
Pablo se siente deudor en la fe e invita a los Corintios a compartir con generosidad en favor de ellos, para que a nadie que sea nuestro hermano en la fe, le falte lo necesario.
Pablo en los capítulos 10 al 12 expone las razones por las que reclama autoridad contra los que se llaman apóstoles pero no obran como tales. El apóstol recoge las críticas acerca de su pobre apariencia y su mala oratoria.
Para Pablo, lo esencial no era la oratoria, ni las palabras elegantes. Él se defiende manifestando que no busca a diferencia de sus detractores su propia gloria, sino que únicamente se gloría en el Señor. Y que lo único que busca es la gloria de Dios y el bien de la comunidad (2Cor 10,12-17).
Mientras sus detractores cobraban por predicar, Pablo trabajaba con sus manos y jamás les pidió nada a los Corintios (2Cor 11,7-11).
En su defensa, el apóstol se compara con los judaizantes: ellos son israelitas; él también. Ellos dicen que han trabajado por Cristo; él describe entonces las tremendas persecuciones que ha sufrido por anunciar a Cristo.
Pablo habla aunque en tercera persona, de sus dones espirituales, y lo que Dios le concedió. Así menciona a un hermano que fue arrebatado al tercer cielo, y llegó a contemplar al Señor muy de cerca.
Se trata de un verdadero místico que sin dejar de tener los pies bien en la tierra, llegó a una profundidad espiritual y a una cercanía en el trato con Dios comparable a la de Moisés.
Pero aunque habla en tercera persona, nos damos cuenta claramente que está hablando de su propia experiencia (2Cor 12,1-5). Si se alaba a sí mismo, no es por vanagloria, sino para bien de los cristianos que confundidos por predicadores maliciosos corren el riesgo de apartarse del Señor.
Por último en el capítulo 13 Pablo saluda a la comunidad, les reitera su deseo de que vivan en paz y luchen por mantenerse unidos, y prometiendo visitarlos, se despide.

Eduardo Ojeda


Tomado desde:


http://www.chasque.net/umbrales/rev182/24-25.HTM



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